martes, 8 de noviembre de 2011

LA CAJA DE PPANDORA

Por orden de Zeus, padre de los dioses, Hefesto, dios del fuego, famoso por sus habilidades, formó la estatua de una hermosa doncella. Hermes, el mensajero de los dioses, otorgaría el habla a la bella imagen, y Afrodita le daría todo su encanto amoroso.

De este modo Zeus, bajo la apariencia de un bien, había creado un engañoso mal, al que llamó PPandora, es decir, la omnidotada; pues cada uno de los Inmortales había entregado a la doncella algún nefasto obsequio para los hombres.

Condujo entonces a la virgen al país de piel de toro. Donde los mortales vagaban mezclados con los dioses, y unos y otros se pasmaron ante la figura incomparable de tan bella doncella. Pero ella se dirigió hacia los incautos, los desesperados, los que no tenían decisión propia, llevándoles una caja como ofrenda y prometiéndoles que en su interior se ocultaban las soluciones a todos sus males. En vano se había advertido a los ciudadanos que nunca aceptasen un obsequio venido del Olimpo. Para no ocasionar con ello un daño a los hombres, debían de rechazarlo inmediatamente.

Algunos ciudadanos, desprovistos de razón y confianza se olvidaron de la advertencia y acogieron gozosos a la hermosa doncella, sin percatarse que era portadora de mayores males que soluciones. La bella y cautivadora mujer portaba en las manos su regalo, una gran caja provista de una tapadera en la que aseguraban se encontraba oculto y a buen recaudo un “programa” que decía contener las mágicas recetas para salir de la enconada situación en la que se encontraban los ciudadanos, a quienes los dioses del Olimpo habían despojado de la falsa y ficticia prosperidad de la que habían gozado. Apenas abrieron la tapa de tan deseada caja y en seguida volaron del recipiente innumerables males que se desparramaron por la sociedad con la velocidad del rayo. Oculto en el fondo de la caja había un único bien: la esperanza; pero, siguiendo el consejo del Padre de los dioses, PPandora dejó caer la cubierta antes de que aquella pudiera echar a volar, encerrándola para siempre en el arca y esperando que otros ciudadanos dotados de juicio y valor, devolvieran la esperanza perdida a sus conciudadanos.
Moraleja: Los seres humanos no deben dejarse guiar por su desesperación y ser arrastrados al abismo. No deben creer en pócimas mágicas, ni en falsos profetas. Sólo guiados por un líder honesto y con el sacrificio y el trabajo conjunto de todos, se pueden alcanzar los preciados bienes que el hombre ansía y necesita para su felicidad.

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