miércoles, 29 de junio de 2011

EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS



La psicología actual ha tratado infinidad de veces y generado multitud de
teorías acerca del síndrome de Peter Pan, ese que padecen los hombres-niño
que se niegan a crecer, a abandonar sus aventuras y sus fantásticos vuelos de
uno a otro confín del País de Nunca Jamás, y a generar compromisos con la
vida, esclavos eternos de una sombra de traumas, cosida a sus pies, que
alienta su inseguridad y su inmadurez.
El País de Nunca Jamás está habitado por niños perdidos liderados por el héroe infantil Peter Pan. La población de ese fantástico país vive en un mundo utópico e imaginario donde todo es diversión y los niños nunca crecen.
Muchas veces, cuando escucho las “ensoñaciones” independentistas de los nacionalistas y abertzalistas, no puedo evitar establecer los paralelismos con ese País de Nunca Jamás. Pero el País de Nunca Jamás, nunca jamás será un país real, ni posible ni factible, tan sólo es un universo imaginario creado a la imagen y semejanza de quienes creen necesitar vivir en un mundo así, y que ese mundo, además, sería el mejor de los posibles.
En los tiempos de la globalización, de la internacionalización de los mercados, de la comunicación global, algunos siguen sumergidos en el síndrome de Peter Pan. Pero nadie les ha explicado cómo podrían subsistir en un mundo así, aislado, sin recursos propios suficientes, con una bella lengua pero ininteligible para el resto del mundo, sintiéndose únicos, puros, genuinos, diferentes e irrepetibles, pero extraños al resto de la civilización. En definitiva, condenados a extinguirse.
Seguro que nuestro mundo tampoco es el mejor de los mundos posibles, pero es el único que tenemos y el reto es trabajar para mejorarlo.

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